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Ricardo Fort y Zulma Lobato: Ellos son diferentes, pero comparables

11111111111111111111111 Si bien Zulma Lobato no es una mujer, ha intentado todo por parecerlo. Con el tiempo y, a cambio de las migajas miserables obtenidas por el ultraje de su cuerpo y su alma, Lobato ha ido mutando físicamente con el desbordado afán de convertirse en una trascendental vedette.

Sus pelucas prestadas, su horripilante forma de vestir, sus operaciones (si es que las tiene) y sus inyecciones de mortal optimismo, no han podido-ni podrán- elevar a Miguel Alfredo (así se llama) a la perseguida y autoproclamada condición de artista.

Hija de la pobreza, el ridículo, la lástima y la burla imperdonable, la Lobato logró convertirse, en poco tiempo, en la “mujer barbuda” del circo de los medios. Compitiendo sólo con el domador de leones y el tragasables, a Zulma se le dio por pensar que los aplausos de las muchedumbres iban dirigidos a algún tipo de arte innato que imaginó poseer y no, al sólo hecho de permanecer encerrada en una jaula boba y oxidada.

Con el tiempo, la exposición y un irreversible deterioro psicológico, Zulma Lobato dejó de ser el travesti que vendía su cuerpo en las calles y, a cambio de un poco de cariño y dinero, llegó a convertirse en “el tonto de la clase”, del que todos se mofaron diabólicamente.

Pero, terminado el ciclo escolar mediático y, ya todos aburridos de ensañarse siempre con el mismo “pavo”, Zulma abandonó el colegio sin llegar al segundo año.Como siempre sucede, las clases volvieron a comenzar y los “malos” del curso apuntaron sus gomeras hacia un nuevo alumno, de similares características, pero distinto.

Al igual que su antecesora, pero con otra historia, más o menos triste; con otro pasado, más o menos oscuro y con otro futuro, más o menos incierto, Ricardo Fort irrumpió en el escenario de los medios con el mismo afán de grandeza, reconocimiento y aceptación.

Utilizando su cuerpo y su rostro: primero, para su propio beneplácito –como Zulma- y luego, para el de los demás, el multimillonario logró captar la atención la maestra del curso (el público) y, poco más tarde, el resentimiento de los chicos de la clase: sus propios compañeros, bufones, con los que por algún tiempo negoció cariño y protección a cambio del obsequio de empalagosas golosinas que ya comienzan a indigestar.

Pasada la novedad del “alumno nuevo”, la maestra acabó por hartarse de tantas manzanas que finalmente resultaron podridas y los bufones empezaron a experimentar agudos dolores abdominales, muy parecidos a un retorcijón.

La distorsionada imagen que el empresario tiene de sí mismo, su formidable billetera y sus aires de transatlántico, habían ubicado a Ricardito entre las primeras filas del aula mediática. Pero hoy, todo amenaza con derrumbarse.

Así, sentado solo en el primer pupitre, expuesto ante todos y, al mismo tiempo, de espaldas hacia los que ya le están mojando la oreja, el chocolatero se niega a salir de su ducha mental, en la que todos somos los mejores cantantes, actores, bailarines y vedettes. Pero el escenario es resbaloso… y el golpe, mortal. 22222222222222222222222222